Hikikomori, síndrome de la puerta cerrada

Hikikomori, síndrome de la puerta cerrada
Hikikomori, síndrome de la puerta cerrada

El hikikomori, mejor conocido en España como síndrome de la puerta cerrada. Un trastorno que tiene como consecuencia el aislamiento social de una persona llevado al extremo. Pues se enclaustra en su habitación sin mantener contacto con el exterior y abandonando todo compromiso social.

Esta es una decisión que puede alargarse inclusive durante años y que deja de lado igualmente los estudios y empleo. Si bien es más frecuente en Japón, los especialistas creen que el hikikomori o síndrome de la puerta cerrada se ha subestimado en España.

Hikikomori cuyo significado es estar recluido

La habitación se transforma en una cárcel donde las personas que lo padecen cumplen una manera de pena autoimpuesta. Se relaciona con la presión social, familiar y educativa que suelen sobrellevar los jóvenes japoneses; que crecen en un ambiente hondamente competitivo.

En España, este trastorno se deriva mayormente de enfermedades de índole mental como la ansiedad o los trastornos psicóticos o afectivos. A veces, de forma menos habitual, también podría surgir como trastorno primario sin necesidad de estar vinculado con otras dolencias psiquiátricas.

Los jóvenes afectados por el hikikomori pierden habilidades sociales
Los jóvenes afectados por el hikikomori pierden habilidades sociales

Los jóvenes afectados por el hikikomori pierden habilidades sociales. Y sus referentes morales dejan de ser sus padres, amigos o familiares, para pasar a ser la televisión o la computadora (aunque en los casos más extremos igualmente pueden llegar a prescindir de la tecnología, convirtiendo su aislamiento en algo más profundo).

El diagnóstico del hikikomori puede ser relativamente complejo en primera instancia, aunque se conozca el trastorno; pues las personas que lo padecen dejan gradualmente de hacer cosas a las que en principio se les da poca importancia; o se espera que se trate de una actitud pasajera, hasta que acaban perdiendo todo contacto social.

Inclusive con los familiares que cohabitan con ellas, con los que, en ocasiones, pueden mostrarse agresivos. Asimismo, hay casos en los que los afectados acuden de forma puntual a sus clases o trabajo; aunque incluso allí conservan una actitud de total incomunicación, no relacionándose con nadie.

Al mismo tiempo, dejan de lado la higiene. Esto, indudablemente, empeora su proceso de reintegración social una vez superado el trastorno; algo a lo que hay que sumar la pérdida de amistades derivada de todos los años de reclusión.

Esta reclusión voluntaria y prolongada lleva a la persona a caer en una profunda depresión y en ocasiones se han dado casos de suicidio.

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