El hablar de verano es desatar la caja de Pandora de los recuerdos. Las vacaciones evocan la memoria como los castillos de arena, las amistades fugase e intensas, aventuras y hasta el primer amor. No olvidar esas canciones pegadísimas, atardeceres impresionantes y sabores que regresan al paladar. Volver al lugar que nos desatan los recuerdos es un placer necesario. No importa la edad que se tenga, son instantes que se renuevan y nunca se detienen.
Según datos el volver al lugar donde se ha sido feliz es la opción preferida para muchísimos viajeros. Las cifras aportadas por varias compañías hoteleras indican que el 40% de los clientes repiten sus viajes. Siempre en busca de la familiaridad, los servicios y las novedades que ofrecen los establecimientos.
En cuanto al interés en el destino el porcentaje se eleva muchísimo más. Ya que el 80% de los veraneantes europeos optan por el mismo país. En cuanto a estadísticas del Departamento de Estado de España el 80% de los turistas repiten venir para este país. Entonces los lugares que nos hacen volver es porque nos han hecho feliz y por eso la felicidad engancha.
Volver al lugar ¿Por qué lo hacemos?
Primeramente están las razones psicológicas. Los recuerdos además de estimular, autoevocan, ayudan a conocerse mejor detectando los estímulos que le dan felicidad. El otro punto es el concepto de familiaridad. Es el regresar a un territorio que se conoce y con el que dispone vínculos únicos y renovables.
El conocer un sitio eleva la sensación de conformidad y evita esa incertidumbre que incomoda a la hora de viajar. En última instancia está la conexión de estos destinos que hace que se necesite volver otra vez. Es una manera de acrecentar nuestra energía interior que se ha trazado con las experiencias que se han vivido ahí.
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