En la madurez, de la fogosidad a la ternura

Madurez, De la fogosidad a la ternura
Madurez, De la fogosidad a la ternura

En la madurez, se pasa de la fogosidad a la ternura. Es cierto que conforme sumamos años, el cuerpo sufre modificaciones que, en apariencia, pueden limitar la vida y la capacidad sexual. A partir de los 40 años disminuye la producción de esperma y a los 55 años la testosterona, es la andropausia y se traduce en una erección más lenta y menos firme, así como una sensación orgásmica menos intensa.

En la mujer, la llegada de la menopausia significa un descenso en la producción de estrógenos y progesterona, lo que se refleja en la disminución del tamaño del útero y de los labios vaginales. La vagina pierde elasticidad y su diámetro y longitud se reducen, además, la lubricación decrece.

Son cambios lógicos y naturales que no convierten a los mayores en “inválidos sexuales”, sino que les permiten vivir una sexualidad libre de temores, pues ya no existen riesgos. La sexualidad no se jubila nunca, y la capacidad de obtener placer no desaparece con la edad, lo que ocurre es que la forma de obtener ese placer se modifica.

La necesidad del tacto no desaparece en la madurez
La necesidad del tacto no desaparece en la madurez

El cuerpo no pierde sensibilidad y los dos metros cuadrados de piel que lo recubren son unos agradecidos receptores de mimos y de cariño. Los besos y las caricias son una parte importante de la sexualidad y lo que antes se consideraba un simple preámbulo, recobra el protagonismo robado.

Y es así como se pasa en la madurez de la fogosidad a la ternura

La sexualidad no se limita al coito, el cuerpo es un inmenso receptor de placer plagado de terminaciones nerviosas y la piel no deja nunca de sentir. Además, la sexualidad es una forma de dar y recibir sentimientos: amor, ternura, pasión, erotismo; de compartir y comunicarse con la pareja.

La necesidad del tacto no desaparece jamás; nosotros, por ejemplo, siempre vamos de la mano a todas partes. Es todo más sereno, más dulce, y cualquier detalle es placentero. Viven así un lenguaje corporal que, sin dejar de ser carnal, ha adquirido un tono más espiritual; y la comunión íntima que empezaron a construir en su juventud es hoy “una gran complicidad, porque conocemos nuestros cuerpos y nuestras almas”.

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