El pesimismo es muy habitual, se escucha en bares, restaurantes, en buses y metros, está en cualquier conversación ajena. El optimismo se vincula en ocasiones a la inconsciencia y por el otro lado a la inacción porque considera que no es necesario hacer nada puesto que todo ya va lo suficientemente bien.
Pesimismo. Error de concepto
Según Leticia Fernández el optimismo suena a ingenuidad y al pesimista se le cree con capacidad de ver más allá. Fernández es psicóloga clínica y experta en ilusión.
La realidad es que es justo lo contrario; el optimista tiene la capacidad de ver la parte positiva y también la negativa, aclaró la especialista. El optimista ve el lado oscuro y empieza actuar para sortearlo o superarlo. A diferencia del pesimista que sólo atenderá a lo negativo y se frenará para no cae en errores, explica Fernández.
Afirma la psicóloga que el pesimista no solo no es más inteligente sino que es mucho más autocomplaciente. Este cuando se topa con algo que va mal no busca un cambio sino que refuerza sus ideas fatalistas.
Es imposible conseguir un pesimista autentico porque nuestro ADN está impreso la energía para, por lo menos, sobrevivir. Por ejemplo pensar que quizás mañana no nos despertemos sonará fatalista. A diferencia si decimos que descansaremos está noche y mañana despertaremos con más energía; ya será por lo menos un aporte en la búsqueda, optimista, de estar vivos mañana.
No debemos acudir a los extremos
Está el optimismo mal entendido que se equivoca cuando cree únicamente en la mitad de la realidad y es igual de peligroso que el pesimista.
La psicóloga Nabila Prieto invita a inclinarnos a ser más optimista, olvidando la vinculación que se le da con la ingenuidad. El optimista será siempre más feliz y más longevo porque este entenderá sus dificultades como retos y no como tragedias.
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