La madurez se puede describir de mil maneras diferentes. Existen distintas características y rasgos que, supuestamente, se atribuyen a las personas maduras. Sin embargo, en esa amalgama de cualidades resalta una característica indisolublemente vinculada a la madurez psicológica: la autoafirmación.
Gracias a la autoafirmación adquirimos la seguridad y la serenidad necesarias para tomar las riendas de nuestra vida, aceptando aquello que realmente nos apetece y rechazando todo aquello que nos daña. A algunos, desarrollar ese nivel de autoconocimiento y autodeterminación puede llevarles toda una vida.
La camisa de fuerza de las presiones sociales
Hay un momento en la vida en el que, o nos liberamos de los miedos y las presiones sociales, o terminamos viviendo según sus reglas y permitimos que dicten nuestras decisiones. Las presiones sociales (implícitas y explícitas) son muchas y provienen de todas partes.
Aunque suelen originarse en la sociedad a la que pertenecemos y la cultura en la que estamos imbuidos, se perpetúan y presionándonos a través de las personas más cercanas, desde nuestros vecinos y compañeros de trabajo hasta nuestros amigos, padres o pareja.
A veces esas presiones nos empujan por derroteros que no habríamos elegido libremente. Nos maniatan a golpe de “tú no puedes” o “no debes”. Esos mensajes, repetidos día tras día, terminan haciendo mella en nosotros. Los interiorizamos y se convierten en normas que rigen nuestro comportamiento. Empezamos a decirnos “no puedo” o “no debo”.
Así comenzamos a ahogar nuestros deseos e impulsos más auténticos, por miedo a ser cuestionados o incluso rechazados. Nos adaptamos a los roles sociales que debemos desempeñar para evitar la decepción en los rostros de los demás. Sin embargo, de tanto adaptarnos a sus normas y expectativas, podemos terminar invalidándonos a nosotros mismos. Podemos terminar acallando nuestra voz interior o incluso privándonos del imprescindible oxígeno psicológico para respirar.
Empezar a quitar todas las capas de cebolla que de alguna manera hemos construido para encajar en el universo de los “otros” implica un arduo trabajo de autodescubrimiento. Ese camino está lleno de obstáculos, pero también es extremadamente liberador.
Abrazar lo que nos apetece y quedarse tan a gusto, finalmente
La mayoría de nosotros hemos sido educados en una cultura que conduce a un “desgaste personal” extremo. Buscar continuamente la aprobación externa para validarnos implica destinar una ingente cantidad de energía psicológica a interpretar todos esos roles sociales, lo cual termina drenándonos y distanciándonos de nuestro «yo».
Solo cuando empezamos a tomar distancia de esos roles sociales y nos despojamos de los «debo» y «tengo», logramos reconectar con nuestro “yo” más profundo y descubrir lo que realmente nos apetece. Esa nueva madurez es profundamente liberadora, nos permite darnos cuenta de que no necesitamos demostrar nada a nadie, excepto a nosotros mismos. Comprendemos que cuando decimos “basta”, en realidad estamos respetando nuestros deseos y honrando nuestras aspiraciones. Entonces podemos decir “sí” sin miedo y «no» sin culpa.
No obstante, ese proceso de redescubrimiento personal puede tener un lado “oscuro” si no sabemos gestionarlo adecuadamente. Algunas personas, cuando descubren la vida de “sometimiento social” que han llevado, pueden reaccionar enfadándose y albergando rencor contra los «otros». Esos sentimientos pueden conducirles al extremo opuesto, de manera que pasan de la complacencia extrema al egoísmo.
La clave para decir “no” sin culpas ni cargos de conciencia radica en ser capaces de autoafirmarnos sin agredir. Significa defender nuestros derechos asertivos respetando los derechos de los demás. Significa preservar la empatía, pero decir no a la manipulación.
La reafirmación de nuestras metas, aspiraciones o deseos no tiene nada que ver con el egoísmo, es un acto de dignidad personal. Es un ejercicio de supervivencia psicológica y bienestar. De hecho, las investigaciones psicológicas han descubierto que las personas que se reafirman no solo experimentan menos estrés, sino que tienen mejor salud y se muestran menos prejuiciadas hacia los demás.
Necesitamos comprender que decir “no” cuando los demás esperaban un “sí” no es un acto de traición por el cual debamos sentirnos mal, sino un acto de reafirmación personal. Quien bien nos quiera, sabrá respetar esos límites e incluso se sentirá feliz por nosotros. Quien se sienta traicionado y dolido, es probable que pretenda que sigamos anteponiendo sus necesidades y deseos a los nuestros.
Cuando nos reencontremos, finalmente nos daremos cuenta de todas las cosas superfluas que nos ahogaban. Del ruido mental que nos impedía pensar con claridad. De los obstáculos que nos poníamos para impedirnos volar. Entonces podremos desplegar nuestras alas y decir “sí” a lo que realmente nos apetece y decir “no” a todo lo que nos daña. Sin miedos. Sin culpas. Sin remordimientos.
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Vía | Rincón de la Psicología
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