Oro rojo, ser de sangre caliente, tener mala sangre, actuar con sangre fría, ser de sangre azul; no tener sangre en las venas… tal y como recoge nuestro lenguaje popular; la sangre está asociada desde tiempo inmemorables a situaciones anímicas o afectivas. Hemorragias, anemias, hemofilia y leucemia: buscamos soluciones a sus problemas más comunes.
El doctor Claude Bernad, uno de los primeros especialistas en hematología, hizo patente, ya en el siglo XIX. La importancia vital del llamado “oro rojo” con la siguiente frase: “la sangre es el elemento principal del medio interno de nuestro organismo; cuando enferma, produce alteraciones en el resto del cuerpo y, a la vez, es fiel reflejo de los problemas que puedan surgir en cualquier tejido u órgano”.
Su definición fue certera. La sangre ese oro rojo, el único tejido líquido del cuerpo humano, se encarga de trasportar sustancias químicas imprescindibles para la respiración, la nutrición, la digestión y la defensa del organismo
Aunque depende del sexo y la edad, un adulto tiene un volumen de sangre de entre 4 y 6 litros recorriendo permanentemente todo su cuerpo. La velocidad a la que circula este fluido por las venas y arterias va en relación al tamaño de estas.
El árbol vascular es muy complejo y tiene grandes vasos, como son la vena cava y las arterias principales del corazón; en las cuales va a una velocidad importante, pero luego, en la microcirculación la sangre va mucho más lenta para realizar sus funciones.
La sangre se origina en la médula ósea, un tejido blando que se aloja dentro de los huesos es la encargada de fabricar la sangre. A este proceso se le denomina hematopoyesis. Todos los días se producen por cada kilo de peso del cuerpo humano; 2500 millones de hematíes y plaquetas y 1000 millones de leucocitos.
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